RAÍCES (El arce rojo)


Como cada mañana, desde que perdiera su empleo por la bancarrota de su empresa en  el crack bursátil del 29, el crepitar de las hojas secas marcaba el anodino caminar de Jack Seymour por las veredas de tierra de Central Park.
Desde aquel día, tras dejar a su hija en la escuela, dedicaba sus mañanas a dar largos paseos por el pulmón de la Gran Manzana. Vestía un abrigo largo de color beige y un sombrero gris. Caminaba con la cabeza gacha, avergonzado por no tener ni ser capaz de conseguir un trabajo con el que alimentar a su familia. Su vista no alcanzaba a ver más que naturaleza muerta: hojas parduzcas que caían de los centenarios árboles; los altísimos edificios de ladrillo y cemento que rodeaban el parque; y sombras de lo que poco tiempo atrás habían sido personas. Pensaba en su vida y no comprendía en qué se había equivocado. Él había hecho todo lo que la sociedad le demandaba: renunció a la pasión que sentía por los libros para cursar estudios de ingeniería industrial; se había casado con la novia que conoció en el instituto y nunca le fue infiel; había tenido una hija y su esposa se encontraba en estado de buena esperanza. ¡La vida no era justa!
Una voz de auxilio lo sacó de sus pensamientos. Tras unos arbustos y junto a un arce cuyas rojizas hojas hacían que pareciera sacado de un cuento de los que leía de niño, encontró a un anciano caído boca arriba, incapaz de ponerse en pie por sus propios medios. Acudió a socorrerlo y el anciano le pidió que lo dejara recostado sobre el tronco del árbol. Cuando Jack se disponía a seguir su camino a ninguna parte, el anciano le dijo con voz cansada:
—¿Acaso tienes prisa por llegar a algún sitio? Siéntate a mi lado y haz compañía a este viejo. —Ante las dudas de Jack, que parecía no atreverse a sentarse para no estropear su ropa, prosiguió el anciano — ¡Atrévete hombre! Prometo no decir nada a tu esposa si tú no le dices nada a la mía. —hizo una ligera pausa mientras veía el cuidado que ponía Jack en sentarse sin manchar el abrigo. — No me digas que eres otro melancólico de los que han decidido dejarse llevar por los acontecimientos. Los jóvenes actuáis como si el mundo empezara y acabara con vosotros. Pero el mundo fluye en un ciclo continuo. No eres el primero ni serás el último que ha perdido su empleo. Lo ves todo negro y no te das cuenta de que la vida te da otra oportunidad. ¿A qué te dedicabas?
—Tenía un puesto de ingeniero técnico en una empresa seria.
—¿Eras feliz con lo que hacías?
—Ganaba para mantener a mi familia.
—No te he preguntado eso. Ya imagino que sobrevivías, pero en la vida, y te lo dice un viejo, hay que tratar de vivir cada instante; sobrevivir es una pérdida de tiempo. ¿Qué te gustaba hacer cuando eras un niño?
Los ojos de Jack se iluminaron por primera vez en mucho tiempo al rememorar su infancia.
—De pequeño me encantaba leer, contar historias, imaginar aventuras en países exóticos; me encantaba correr bajo la lluvia y chapotear en los charcos; lanzar cantos rodados y hacerlos rebotar sobre la superficie del lago…
—¡Hazlo ahora! ¡Disfruta!. Vuelve a tus raíces para volver a encontrarte. ¿Cómo te llamas?
—Jack Seymour.
El anciano sacó un talonario y le entregó un cheque por valor de 1.000 dólares. Jack insistió en que no podía aceptarlo, pero el anciano le dijo que lo tomara como un préstamo; y sin dar más importancia al hecho, sacó un libro de Jack London y recostado sobre el tronco del arce comenzó a leer.
De regreso a casa, no hubo un charco sobre el que no saltara Jack. Ahora sí veía el maravilloso contraste de colores que ofrecía Central Park en otoño: amarillos, ocres, verdes, rojos. Hasta su olfato llegaba el profundo olor a tierra mojada y no podía dejar de sonreír.
Muchos otoños después, sentada en el banco situado junto al busto de un anciano esculpido en bronce, al que da sombra un centenario arce rojo, una joven hojea el New York Times hasta llegar a la sección de Cultura. Encabezada con el titular: Fallece el fundador de la prestigiosa editorial Arce Rojo. En el obituario, se leía que el señor Jack Seymour, sufrió un ataque al corazón mientras jugaba con uno de sus nietos a saltar sobre los charcos de Central Park.

FIN


José Luis López Recio.

Granada, 7 de febrero de 2014.


Relato que he leído esta mañana en el programa Es Granada de la emisora EsRadio. He de mejorar.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Recuerdos de un millón de vidas que viví contigo

Age quod agis

Despedida sin adiós