Absurda reflexión sobre la última morada



"En un intento de distraer mi mente del miedo que demostraban mis temblorosas rodillas, me dio por pensar en el tipo de nicho que me gustaría habitar en un futuro muy lejano. En un primer momento llamaron mi atención los más bajitos y sencillos, pero total, sólo se moría uno una vez en la vida, para qué andar con miramientos económicos. Así que empecé a hacer un estudio de los pisos superiores. Observé que tenían enormes ventajas: con la orientación adecuada podían proporcionarte unas vistas a Sierra Nevada para toda la eternidad; pensé que la altura tendría como consecuencia una mejor ventilación del nicho. A pesar de estar muerto era conveniente tenerlo todo en cuenta. Si uno iba a pasar la eternidad en un espacio reducido y con carne en descomposición, por mucho que fuera la carne propia, era de vital importancia que se tratara de un lugar bien ventilado. Fue entonces cuando me dio por pensar en un grandísimo inconveniente: si el día de la Resurrección de los muertos me pillaba en uno de esos nichos de tantísima altura, ya imagino lo que pasaría: me despertaría; estiraría los brazos, que no la pata que se supone ya tendría estirada de antemano; daría unas cuantas patadas, a los cuatro ladrillos mal puestos que tapan el nicho, y saldría al exterior pero con tan mala fortuna que, al no recordar la altura a la que me encontraba, daría con mis huesos en el suelo tras una caída libre de unos cuatro o cinco metros; y, con la suerte que suelo tener, al final me moriría de nuevo dando al traste con el gran milagro de la Resurrección. Eso por no pensar en lo que supondría para mis descendientes heredar una hipoteca por un nicho de gran altura y con vistas. ¡Decidido! Que me metan fuego y así no estropeo nada".
(Fragmento de mi primera novela)

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