Summertime
Tarde de verano y las horas de
mayor calor del día las paso en mi dormitorio, sentado ante el ordenador. Una
mosca me tiene distraído, está como yo: alelada por el calor. Se posa en la
pantalla del ordenador y reemprende su vuelo a ninguna parte cuando levanto mi
mano del teclado para secar el sudor que me cae por la frente. Vuelvo a
intentar concentrarme y ¡maldita sea! Precisamente ahora me toca describir un
lugar parecido al Infierno que todos imaginamos; un lugar lleno de llamas y
plomo fundido que cae desde enormes calderas; el lugar en el que las almas de
los condenados se funden para alimentar al Mal.
Vuelvo a secarme el sudor, y la
mosca sigue por ahí molestando. Pienso en levantarme con un trapo para matarla,
pero me da pena hacerlo; al fin y al cabo ¿cuánto dura la vida de una mosca? Podría
dejarla vivir, podría aguantar tres días con la mosca cojonera en mi
dormitorio.
Ahora se me ha ocurrido una nueva
idea: podría escribir las cosas que suceden a un personaje durante el tiempo
que dura la vida de una mosca como la mía. Miro a la mosca de nuevo, está en el
cristal de la ventana, revolotea y hace ruido al hacerlo. Caigo en la cuenta de
que mi mente se encuentra cada vez más lejos del infierno que se supone que
tenía que describir y empiezo a perder los nervios.
Sudor, mosca, secar sudor, picor
en la espalda por la mosca que se me posa encima y otra vez las manos lejos del
teclado…
¡Decidido! La mosca tiene los
minutos contados, esa incauta no sabe que ayer vi una peli de Harry el Sucio y
que ha molestado a la persona equivocada.
Tomo la camiseta con la mano,
será el arma perfecta; ha comenzado la caza. Me levanto y observo: no está
cerca del ordenador, tampoco se ve en los cristales de la ventana, reviso mi
dormitorio por completo y no la veo: ¿se habrá largado? ¿Habrá intuido que la
iba a matar? Vuelvo a secarme el sudor de la frente, esto es agobiante. Me
siento de nuevo para escribir y ¡de nuevo la dichosa mosca!
De un salto me pongo en pie con
la camiseta en la mano; ahora no saldrá con vida, la tengo en la pantalla del
ordenador sobre la palabra “caldera”. Golpeo con fuerza y… ¡Agua! Se me ha escapado
y ha vuelto a desaparecer. Pero ahora no paro. Agito la camiseta para hacerla
salir de su escondite. Fallo una vez más —matarla en el aire es más
complicado—En el tercer golpe ha caído, junto a mi taza de té helado, que a su
vez ha caído sobre los montones de papelitos con anotaciones absurdas que
llevan en mi mesa desde no recuerdo cuando.
Tarde de verano. Una más. Mañana
volverá el calor y volverá a caer la tarde.
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