La vida se abre paso en todas las direcciones
El
niño, enfadado, buscó a su abuelo y lo
encontró en el parque, sentado en un banco de madera desgastada y lleno de
mensajes hechos a navaja, que hacían referencia al amor que sintió M. por
Azucena en el 94; al que sintió por Belén en el 96; y el que parecía definitivo,
en el que ya escribió su nombre completo, Manolo, un gran corazón atravesado
por una flecha y el nombre de Carmen. Desconozco si los tachones con los que
intentaron borrar la historia sentimental de Manolo y la del propio banco, los habría hecho Carmen o un amor posterior.
El
abuelo, que hacía un rato había dejado el periódico a su lado tras haberlo
leído, se preocupó al ver la expresión de su nieto, pues sabía el carácter tan
complicado que tenía, ya que era el suyo mismo: lleno de inseguridades que
hacían que reaccionara, incluso con violencia, ante la menor broma; con una
timidez extrema que lo bloqueaba hasta hacerlo llorar por impotencia; pero con
un gran corazón y una nobleza fuera de toda duda. Sabía el anciano, que con su
carácter le esperaba una vida llena de conflictos y de frustraciones; sabía,
que si le sucedía lo mismo que a él, tardaría en percatarse de que lo que
necesitaba, era aprender a quererse y a respetar, que no temer, el mundo en el
que le había tocado vivir. De modo que sin decir una palabra, se puso en pie y
apoyado en el hombro de su nieto, encaminó sus pasos hacia la palmera más alta
del parque hasta situarse junto a su base.
—Diego,
mira con atención esta palmera sobre la que nos apoyamos, de ella podemos
aprender muchas cosas: si te fijas en el tronco, verás que ha crecido rama a rama.
No ha tenido prisa para hacerse grande y convertirse en el mayor árbol del
parque, eso le ha permitido tener una base sólida sobre la que crecer sin
riesgo a venirse abajo ante un leve golpe de viento. Cuando tengas un sueño,
intenta perseguirlo; pero hazlo escalón a escalón, para tener siempre una buena
base sobre la que asentar tus pies: no olvides que para llegar al quinto piso
de un edificio, antes has de pasar por el primero, el segundo, el tercero y el
cuarto. Y para cuando el viento sopla muy fuerte, la palmera ha aprendido a ser
flexible, pues siempre es preferible ceder en alguna cosa antes que quebrarse y
dejar de ser.—El niño, escuchaba con atención las explicaciones de su abuelo. Con
su mirada, seguía las manos del anciano al acariciar el tronco de la palmera.
Por alguna razón, con su abuelo encontraba la paz y el sosiego que no eran
capaces de darle su maestra o sus padres; no le hablaba como a un niño travieso
y tonto: lo trataba como a un adulto y el tono que empleaba para expresarse era
reposado, de modo que con cada palabra lograba que Diego, sintiera que su
abuelo acariciaba su espíritu inquieto de corcel bravío, hasta hacer que
alcanzara la paz.
—Ahora
mira hacia arriba; observa como la vida se abre paso en todas las direcciones: es
la magia de la vida…—Diego miraba hacia la parte más alta de la palmera con
auténtica fascinación, se sentía un privilegiado al ser destinatario, por parte
del hombre más sabio que conocía, de una información secreta y ancestral a la
que pocos tenían acceso.
— ¡Fíjate
muy bien! Para no perder jamás tu rumbo, has de saber ver la luz entre los
claroscuros que nos presenta la vida.
Abuelo
y nieto, apoyado el uno en el hombre del otro, salían del parque cuando el
abuelo se detuvo al ver a un hombre muy corpulento, de ojos claros y cabello
rubio, arrodillado ante una hermosa mujer que en ese preciso instante le dijo
emocionada: “Sí, Manolo, acepto”, antes de fundirse en un gran beso…
El
anciano sonrió y pensó: “La vida se abre paso en todas las direcciones”.
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