Mañana, cuando me levante
El que ya tenía
por un pétreo corazón, se ha hecho plastilina en sus manos; lo ha manipulado
hasta ponerlo muy blando y ahora se ha marchado y me ha dejado solo.
Mañana,
cuando me levante, no escucharé mi nombre dicho con inmensa ternura por su voz;
no la veré caminar por el pasillo con los brazos levantados; no veré esa carita
llena de dulzura y alegría, con la ilusión virgen, deseando que juegue un rato
con ella y que la saque a la calle.
Mañana,
cuando me levante, me sentiré muy solo. Recordaré sus abrazos y el modo en que
me daba la mano para caminar a mi lado; recordaré lo especial que me hacía
sentir; y desearé volver a imaginarme como James P. Sullivan, acompañado de la
pequeña humana: así es como me he sentido con ella. En un mundo lleno de
monstruos, ha venido a visitarme esa pequeña niña con su voz dulce de lengua de
trapo, que suplía con creces esa falta con una expresividad en los ojos y en
los gestos fuera de lo común.
Si su
ausencia es dura, saber que dentro de meses, cuando volvamos a vernos, ella me
extrañará y casi no me recordará, es aún más duro. Volverá a levantar su muro y
tendré que reprimir las ganas de cogerla en brazos y soplarle en la barriga.
Mañana
evitaré pasar junto al sillón en el que jugaba con ella, será el sillón de
Cristina.
Mañana se me
escapará más de un suspiro, pero también alguna sonrisa.
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